Fragmentos de ‘Más allá del bien y del mal’, de F. Nietzsche

nietszche

A continuación extraigo algunos fragmentos de la colosal y demoledora obra de Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal (1886). Puesto que me es imposible hacer cualquier comentario sobre un conjunto de pensamientos de tal calibre, sólo puedo transcribir algunos de los que me han parecido más superlativos (y asequibles). Sin más, vamos a ello:

«Muy pocos son independientes; este es un privilegio de los fuertes. Y quien, sin necesidad, trata de serlo, aunque tenga todo el derecho a ello, demuestra no sólo que es fuerte, sino sumamente temerario. Se mete en un laberinto, multiplica los peligros que ya entraña la vida, se aísla y es desplegado trozo a trozo por cualquiera de los minotauros que hay en las cuevas de la conciencia. Si ese hombre pereciera, sería tan lejos de la comprensión de los hombres, que éstos no lo sentirían ni le compadecerían. ¡Y él no puede retroceder ni regresar a la compasión de los hombres!»

«Hemos de demostrarnos a nosotros mismos que estamos destinados a ser independientes y a mandar, y hemos de hacerlo lo más pronto posible. No debemos dejar de probarnos esto, aunque tal vez sea este el más peligroso de los juegos y, en último término, se trate de una demostración que sólo nos hacemos a nosotros, como únicos testigos y sin ningún otro juez. No vincularse a nadie, ni siquiera a la persona a la que más queremos, porque toda persona es una cárcel y un oscuro rincón. No ligarse a ninguna patria, aunque sea la más sufriente y necesitada; es más fácil separar nuestro corazón de una patria victoriosa. No dejarse llevar por la compasión, aunque sea una compasión dirigida a hombres superiores, cuyo extraordinario martirio y desamparo observamos por azar. No apegarse a una ciencia, por mucho que nos atraiga con los inestimables descubrimientos que, al parecer, nos tiene reservados. No adherirnos a nuestro propio desapego, a esa voluptuosa ansia de lo lejano y lo exótico, propia del pájaro que, en su huida, asciende a las alturas para ver más cosas por debajo de él, y que constituye el peligro de todos los que vuelan. No apegarnos a nuestras virtudes; no sacrificarnos, como seres totales, por algo que nos singularice, como , por ejemplo, nuestra “hospitalidad”, la cual representa el mayor peligro para las almas de elevado linaje y exuberantes, que se tratan a sí mismas con despreocupación e indiferencia, y extreman la virtud de la generosidad hasta convertirla en vicio. Hay que saber reservarse: he aquí la mejor prueba de que se es independiente.»

«Desde un primer momento, la fe cristiana es sacrificio, sacrificio de toda libertad, de todo orgullo, de toda certidumbre del espíritu respecto de sí mismo, y, a la vez, sometimiento y burla de uno mismo, automutilación. En esa fe que se exige a una conciencia macerada, complicada y vulnerable hay mucho de crueldad y de religiosidad característicamente fenicia. Su supuesto es que la sumisión del espíritu causa un dolor indecible, que todo el pasado y todos los hábitos de ese espíritu se oponen a ese absurdo superlativo que se le presenta como “fe”»

«Lo que quiero decir es que el cristianismo ha sido hasta hoy la forma más funesta de presunción que puede manifestar un sujeto. Hombres que no eran lo bastante elevados y duros para ejercer el derecho de plasmar, como artistas, al hombre; hombres que no eran lo bastante fuertes y a quienes faltaba una mirada capaz de ver lo suficientemente lejos como para permitir, con sublime acatamiento, que imperara esa ley previa que determina miles de fracasos y de naufragios; hombres que no eran lo bastante aristocráticos como para ver la jerarquía y las diferencias de rango que distinguen a los hombres entre sí y que abren distinciones abismales entre unos y otros… ¡esos han sido precisamente los hombres que han estado dominando hasta ahora, con su idea de “la igualdad ante Dios”, el destino de Europa, hasta que acabó apareciendo esa especie disminuida y casi ridícula, ese animal de rebaño, ese ser débil, enfermizo y mediocre que es el europeo de hoy!»

«En la afabilidad no hay ni asomo de odio al ser humano, pero precisamente por eso contiene demasiado desprecio al ser humano»

«La madurez del hombre consiste en recuperar la seriedad con que jugaba cuando era niño»

«No es su amor a los hombres, sino la impotencia de ese amor lo que retiene a los cristianos de hoy… de llevarnos a la hoguera»

«Hay una forma inocente de admirar: la de aquel a quien aún no se le ha pasado por la cabeza la posibilidad de que algún día él también puede ser objeto de admiración»

«El demonio es quien tiene una visión más amplia de Dios; por eso se mantiene tan lejos de él. Y no olvidemos que el demonio es el amigo más viejo del conocimiento»

«Lo que es un individuo empieza a quedar descubierto cuando declina su talento, cuando deja de demostrar lo que sabe hacer. El talento es también un adorno, y un adorno es también una máscara»

«Por lo que más nos castigan es por nuestras virtudes»

«No basta con tener talento; te han de permitir los demás que lo tengas. ¿Verdad, amigos míos?»

«”Nuestro prójimo no es nuestro vecino, sino el vecino de nuestro vecino”; todas las naciones piensan igual»

«La bondad tiene algo de insolente que le asemeja a la mentira»

« -”Esto no me gusta”. -”¿Por qué?”. -”Porque no estoy a su altura”. ¿Ha respondido alguien alguna vez así?»

«Cuando alguien no quiere ver lo que hay de elevado en un hombre, fija sus ojos de un modo más penetrante en lo que éste tiene de bajo y superficial: con esto se pone en evidencia»

«Guardaos de quienes valoran mucho el que confiemos en su tacto y en su sutileza éticos a la hora de hacer distinciones morales. Si se equivocan alguna vez delante de nosotros o a causa nuestra, no nos lo perdonarán nunca. De forma inevitable pasarán a calumniarnos y a infamarnos, aunque nos sigan llamando “amigos”. Bienaventurados los olvidadizos, pues “asimilarán” incluso sus necedades»

«Cuando un pueblo que sufre voluntariamente la fiebre nerviosa de un nacionalismo y de un patriotismo político ambicioso ve pasar sobre su espíritu numerosas nubes y perturbaciones de todo tipo, o, en suma, cortos accesos de estupidez, no queda otro remedio que resignarse»

«Los hombres más semejantes, más comunes, han tenido y siguen teniendo ventaja; mientras que los más selectos, más refinados, más excepcionales y más difíciles de entender corren fácilmente el riesgo de quedarse aislados, de perecer ante los peligros y de reproducirse en muy contadas ocasiones. Habrá que recurrir, pues, a fuerzas contrarias muy poderosas para poder hacer frente a ese avance natural, demasiado natural hacia lo semejante, que hace a los hombres cada vez más parecidos, más corrientes, más gregarios y más vulgares»

«El bienestar, tal como lo entendéis, no es para nosotros una meta, sino el fin de todo, un estado que hace al hombre inmediatamente tan ridículo y despreciable que nos hace desear su ocaso. ¿No sabéis que sólo la disciplina del dolor, del gran dolor, es lo que ha permitido al hombre elevarse? Esa tensión del hombre en el infortunio, que le da fuerzas, esa forma que tiene el alma de estremecerse a la vista de una gran desgracia, esa inventiva y ese valor suyos para soportar esa desgracia, para perseverar en ella, para interpretarla y utilizarla, junto con todo lo que se le ha entregado al alma de profundidad, de misterio, de máscara, de ingenio, de astucia y de grandeza, ¿no lo ha conseguido mediante el dolor, mediante la disciplina del gran dolor?»

«Quien ha sufrido profundamente, tiene una soberbia y un hastío intelectuales, y se siente impregnado y como coloreado por una estremecedora certeza: la de que, debido a su sufrimiento, sabe más de lo que pueden saber los más inteligentes y eruditos; la de estar familiarizado con muchos mundos lejanos y terribles en los que ha “habitado”, y que nadie más conoce. Esa soberbia intelectual y solemne del que sufre, ese orgullo de quien ha sido elegido por el sufrimiento, del “iniciado”, del que casi es una víctima propiciatoria, necesita todo tipo de disfraces para protegerse del contacto de manos importunas y compasivas, y, en general, de todo aquel que no le iguala en sufrimiento. El dolor profundo nos ennoblece y nos separa de los demás»